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[0884] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MATRIMONIO CRISTIANO, FERMENTO DE PROGRESO MORAL PARA LA SOCIEDAD

De la Homilía en la Misa para las familias, en Kinshasa (Zaire), 3 mayo 1980

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1. [...] Haremos juntos una peregrinación a las fuentes del matrimonio y trataremos luego de evaluar su dinamismo al servicio de los esposos, de los hijos, de la sociedad y de la Iglesia. Finalmente, uniremos las fuerzas para promover una pastoral familiar cada vez más eficiente.

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Amor y familia

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2. Todo el mundo conoce la célebre narración de la creación con que comienza la Biblia. En ella se dice que Dios hizo al hombre a su imagen, creándolo hombre y mujer. He aquí lo que sorprende en seguida, antes que nada. Para asemejarse a Dios, la humanidad debe ser una pareja de dos personas que se mueven la una hacia la otra, dos personas a quienes un amor perfecto va a reunir en la unidad. Este movimiento y este amor les hacen asemejarse a Dios, que es el amor mismo, la unidad absoluta de Tres Personas. Jamás se ha cantado el esplendor del amor humano con mayor belleza que en las primeras páginas de la Biblia. “El hombre exclamó: esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne” (Gén 2, 23-24). Y parafraseando al Papa San León, no puedo menos de deciros: “Esposos cristianos: reconoced vuestra eminente dignidad”.

Esta peregrinación a las fuentes nos revela asimismo que la pareja inicial es monógama en el plan de Dios. Y esto nos sorprende ciertamente, dado que la civilización –en los tiempos en que toman cuerpo las narraciones bíblicas– está lejos generalmente de tal modelo cultural. Esta monogamia, que no es de origen occidental, sino semítico, resulta expresión de la relación interpersonal, es decir, de aquélla en que cada una de las partes es reconocida por la otra como de igual valor y en la totalidad de su persona. Esta concepción monógama y personalista de la pareja humana es una revelación absolutamente original que lleva el sello de Dios y merece que se ahonde en ella cada vez más.

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3. Pero esta historia, que comenzó tan bien en el alba luminosa del género humano, experimentó el drama de la ruptura entre esta pareja enteramente nueva y el Creador. Es el pecado original. Y, sin embargo, esta ruptura será la ocasión de una manifestación del amor de Dios. Comparado frecuentemente con un Esposo infinitamente fiel, por ejemplo, en los textos de los Salmistas y los Profetas, Dios renueva sin cesar su alianza con esta humanidad caprichosa y pecadora. Estas alianzas repetidas culminarán en la Alianza definitiva que Dios selló en su propio Hijo, que se sacrificó libremente por la Iglesia y por el mundo. San Pablo no vacila en presentar esta Alianza de Cristo con la Iglesia como símbolo y modelo de toda alianza entre el hombre y la mujer (Cfr. Ef 5, 25) unidos en matrimonio de manera indisoluble.

Tales son los títulos de nobleza del matrimonio cristiano. Son manantial de luz y fuerza para la realización cotidiana de la vocación conyugal y familiar en beneficio de los mismos esposos, de sus hijos, de la sociedad en que viven y de la Iglesia de Cristo. Las tradiciones africanas, sabiamente utilizadas, pueden ocupar su lugar en la construcción de los hogares cristianos de África; pienso concretamente en todos los valores positivos del sentido de familia, tan arraigado en el alma africana y que presenta aspectos múltiples, capaces sin duda de llevar a la reflexión a las civilizaciones consideradas avanzadas: la seriedad del compromiso matrimonial al final de largo camino, la prioridad concedida a la transmisión de la vida y de ahí la importancia dada a la madre y a los hijos, la ley de solidaridad entre las familias que han sellado alianza y que se ejerce especialmente en favor de las personas ancianas, las viudas y los huérfanos, una especie de corresponsabilidad para tomarlas a su cargo y ocuparse también de la educación de los hijos, corresponsabilidad capaz de suavizar muchas tensiones psicológicas, el culto a los antepasados y a los difuntos, que favorece la fidelidad a las tradiciones. Claro es que el problema delicado es el de asumir todo este dinamismo familiar, heredado de usanzas ancestrales, transformándolo y sublimándolo en las perspectivas de la sociedad que está naciendo en África. Pero de todos modos, la vida conyugal de los cristianos se vive –a través de épocas y situaciones diferentes– siguiendo los pasos de Cristo libertador y redentor de todos los hombres y de todas las realidades que constituyen la vida de los hombres. “Y todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús”, como nos dice San Pablo (Col 3, 17).

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4. Por tanto, conformándose con Cristo, que se entregó por amor a su Iglesia, es como los esposos llegan día a día al amor de que nos habla el Evangelio: “Amaos unos a otros como Yo os he amado”, y más precisamente a la perfección de la unión indisoluble en todos los planos. Los esposos cristianos han prometido comunicarse cuanto son y cuanto tienen. ¡Es el contrato más audaz que pueda existir, y asimismo el más maravilloso!

La unión de sus cuerpos, querida por Dios mismo cual expresión de la comunión todavía más profunda de sus espíritus y corazones, realizada con tanto respeto cuanto ternura, renueva el dinamismo y la juventud de su compromiso solemne, de su primer “sí”.

La unión de sus caracteres: pues amar a un ser es amarlo tal cual es, es amarlo hasta el punto de cultivar en sí el antídoto de sus debilidades o defectos, por ejemplo, la calma y la paciencia si al otro le faltan de modo notorio.

¡La unión de corazones! Los matices que diferencian el amor del hombre del de la mujer son innumerables. Cada una de las partes no puede exigir ser amado como él ama. Es importante renunciar –una y otra– a los reproches secretos que separan los corazones y liberarse de esta pena en el momento más propicio. Hay una puesta en común que es muy unificadora, la de las alegrías y, más aún, la de los sufrimientos del corazón. Pero es sobre todo en el amor común a los hijos donde se fortifica la unión de los corazones.

¡La unión de las inteligencias y de las voluntades! Los esposos son asimismo dos fuerzas diversificadas y, a la vez, ensambladas en el servicio recíproco y en el servicio de su hogar, de su ambiente social y en el servicio a Dios. El acuerdo esencial debe manifestarse en la determinación y prosecución de objetivos comunes. La parte más enérgica debe respaldar la voluntad de la otra, suplirla a veces, y hacer de palanca con habilidad, como educando.

En fin, ¡la unión de almas, almas unidas ellas mismas a Dios! Cada uno de los esposos debe reservarse momentos de soledad con Dios, de “corazón a corazón”, donde el otro cónyuge no sea la preocupación primera. Esta vida personal del alma con Dios, que es indispensable, está lejos de excluir la puesta en común de toda la vida conyugal y familiar. Por el contrario, estimula a los cónyuges cristianos a buscar juntos a Dios, a descubrir juntos su voluntad y a cumplirla concretamente con las luces y energías que han sacado de Dios mismo.

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5. Tal óptica y realización de la alianza entre el hombre y la mujer sobrepasa en gran medida el deseo espontáneo que los ha unido. El matrimonio es verdaderamente para ellos camino de promoción y santificación. ¡Es fuente de vida! ¿Acaso no tienen los africanos un respeto admirable a la vida que está iniciándose? Aman hondamente a los niños. Los acogen con gran gozo. Los padres cristianos sabrán encauzar a sus hijos por el camino de una existencia anclada en los valores humanos y cristianos. Enseñándoles en todo un estilo de vida revisado y perfeccionado con valentía, que significa respeto a toda persona, servicio desinteresado a los demás, renuncia a los caprichos, perdón reiterado una y más veces, lealtad en todas las cosas, trabajo a conciencia y encuentro de fe con el Señor, los esposos cristianos inician a sus hijos en el secreto de una existencia lograda que supera en mucho al hallazgo de “un buen puesto”.

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6. El matrimonio cristiano está llamado a ser también fermento de progreso moral para la sociedad. El realismo nos hace reconocer las amenazas que acechan a la familia en cuanto institución natural y cristiana, en África como en otras partes, debido a ciertas costumbres y también a mutaciones culturales que se están generalizando. ¿No se os ocurre comparar a la familia moderna con una piragua que navega por el río y se abre camino entre aguas agitadas y obstáculos? Al igual que yo, sabéis cómo son derrocadas por la opinión pública las nociones de fidelidad e indisolubilidad. Sabéis asimismo que la fragilidad y resquebrajamiento de los hogares originan un cortejo de miserias, si bien la solidaridad de la familia africana procura remediarlos en lo referente a hacerse cargo de los niños. Los hogares cristianos, sólidamente preparados y debidamente acompañados, tienen que trabajar sin desalientos en la restauración de la familia, que es la primera célula de la sociedad y debe permanecer una escuela de virtudes sociales. El Estado no debe temer tales hogares, sino protegerlos.

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Espiritualidad y pastoral familiar

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7. La familia cristiana, fermento de la sociedad, es también una presencia, una epifanía de Dios en el mundo. La Constitución pastoral Gaudium et spes (n. 48) contiene páginas luminosas sobre la irradiación de esta “comunidad profunda de vida y amor”, que al mismo tiempo es la primerísima comunidad eclesial de base. “La familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, sea por el amor, la fecundidad generosa, la unión y fidelidad de los esposos o la cooperación amorosa de todos sus miembros”. ¡Qué dignidad y qué responsabilidad!

Sí, ¡este sacramento es grande! Tengan confianza los esposos, pues su fe les asegura que con este sacramento reciben la fuerza de Dios, una gracia que les acompañará toda la vida. Y jamás dejen de acudir a la fuente copiosa que hay en ellos.

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8. No quisiera terminar esta meditación sin exhortar muy vivamente a los obispos de África a proseguir los esfuerzos –no obstante las dificultades, tan conocidas– por la “pastoral de los hogares cristianos” con un dinamismo nuevo y una esperanza a toda prueba. Sé que ésta es la preocupación constante de muchos de ellos, y los admiro. Felicito igualmente a las numerosas familias africanas que ya hacen realidad el ideal cristiano de que he hablado, con cualidades específicamente africanas, y son ejemplo y punto de atracción de otras familias. Pero me permito insistir.

Sin renunciar a nada de su interés por la formación humana y religiosa de los niños y adolescentes, y teniendo en cuenta la sensibilidad y usanzas africanas, las diócesis deben establecer poco a poco una pastoral dirigida a los esposos, conjuntamente y no sólo a una u otra de las partes. Intensifíquese la preparación de los jóvenes al matrimonio animándoles a seguir una verdadera preparación a la vida conyugal, que les revelará la identidad cristiana de la pareja y les dará madurez en sus relaciones interpersonales y en sus responsabilidades familiares y sociales. Estos centros de preparación al matrimonio necesitan el apoyo solidario de las diócesis y la ayuda generosa y competente de consiliarios, de expertos y de hogares capaces de dar un testimonio cualificado. Insisto sobre todo en la ayuda recíproca que los matrimonios cristianos deberán prestarse unos a otros.

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9. Esta pastoral familiar debe acompañar también a los hogares jóvenes a medida que se van creando. Jornadas de renovación espiritual, retiros, encuentros entre hogares, sostendrán a las parejas jóvenes en su camino humano y cristiano. En todas estas ocasiones hay que lograr un equilibrio justo entre la formación doctrinal y la animación espiritual. Es capital el espacio de meditación, de conversación con Dios fiel. Estando con Él, los esposos obtienen la gracia de la fidelidad, comprenden y aceptan la necesidad de las ascesis que genera la libertad verdadera, asumen de nuevo o deciden sus compromisos familiares y sociales que harán de sus hogares focos de irradiación. Será muy útil, sin duda alguna, que los hogares de una parroquia y de una diócesis se agrupen para formar un gran Movimiento familiar, no sólo para ayudar a los matrimonios cristianos a vivir según el Evangelio, sino también para contribuir a la restauración de la familia, defendiendo sus valores contra toda clase de asaltos y en nombre de los derechos del hombre y del ciudadano. Para este plan capital de una pastoral familiar cada vez más adaptada a las necesidades de nuestra época y de vuestras regiones, pongo plena confianza en vosotros, los obispos, mis hermanos tan queridos en el Episcopado.

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10. Ojalá descubráis en este encuentro el signo del gran interés que el Papa pone en los graves problemas de la familia, el testimonio de su confianza y de su esperanza en vuestros hogares cristianos, y la valentía para actuar vosotros mismos más que nunca en esta tierra de África, para mayor bien de vuestras naciones y honor de la Iglesia de Cristo, en favor de la construcción sólida de comunidades familiares “de vida y amor” según el Evangelio. Os prometo llevar siempre en el corazón y en mi oración esta gran intención. Y Dios, que se ha revelado familia en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os bendiga, y su bendición esté siempre con vosotros.

[Enseñanzas 5, 359-364]

[1]. [1980 05 03a/1-10].

[2]. [1979 10 16/36, 68, 69].